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Maritza ante su embarazo prefirió que Gabriel continuara con la administración de la finca a donde Rigoberto por ser muy mayor y su estado lamentable de salud ni siquiera se apersonaba por saber en qué estado estaban sus negocios, y aunque se lo indilgaran Marleni y las hermanas, aceptó que el antiguo mayordomo regresara sin siquiera volver a preguntar por su hijo. Que Rigoberto y Marleni no hubieran aceptado sus relaciones amorosas no se los perdonaba. Sabía del respeto y admiración que profesaba a su padre, que le dio la oportunidad de manejar desde muy joven la finca ganadera que tenía, y que producía buenas cosechas de plátano en las estribaciones de la cordillera, que incluso podía cultivar plantas para el engorde de los marranos, alojados en un sector donde los lodazales eran naturales, mientras se daba el lujo de hacer acopio del maíz que traía a buen precio de regiones más benignas para  sostener el criadero de gallinas con el que comerciaba los huevos y los distribuía muy bien en Bogotá. La finca que bajo la administración de Maritza logró subsistir en medio de los embates de la violencia, tal vez por la amistad que tenía con los Ortegas, o porque su padre durante todos esos años que estuvo como alcalde en muchos de los municipios aledaños a Bogotá, le dieron tanto prestigio que muchos al saber que su hija se hizo de su administración, o porque conociendo a Gabriel el eterno mayordomo de Rigoberto, y la manera como Marleni caló en la sociedad santafereña que entre la neblina de aquella sabana apetecida por la calidad de sus tierras y sus gentes, tanto o más que otras regiones del país, así podían disfrutar de las comodidades en donde el espíritu del progreso por el incremento de las importaciones que llegaban por la ruta del río de la Magdalena o del ferrocarril hacían que los hombres y mujeres con sus atuendos se considerasen de los mejores que podrían dar estas tierras, ya que su espíritu de conocimientos en el arte de las buenas costumbres, o la voracidad para leer los libros de autores europeos, y su capacidad para saborear los buenos vinos y almizcles, y festejar en medio del frío y las lluvias pertinaces, hacían que  el queso, los huevos, las gallinas, la carne que producía aquel ganado en su finca que sin tener la naturaleza a favor de su producción, la hizo extensiva porque en buena medida logró que los comerciantes de la Plaza de San Victorino prefirieran sus productos, cosa de la cual hablaban muy bien los peones u otros extrabajadores suyos que no podían achacarle a su familia persecuciones de índole política o religiosa, pues su liberalidad y las buenas relaciones en la capital, cualquier perseguido que llegara podía encontrar en ellos un refugio.

Sin percatarse que su estado personal la obligaba a ser más recatada y tranquila respecto de los frecuentes viajes entre la ciudad y la finca, Numa Pompilio le quería hacer caer en cuenta que dentro de su vientre tenía una criatura que necesitaba de sus cuidados, además le daba a entender que en esos tratos a donde se consideraba como iniciada no eran más que las formas subrepticias como las cofradías los hacían jurar e invocar adhesiones mediante las cuales se comprometían a ayudarse mutuamente, mientras que a los que consideraban alejados de esos vínculos ya fuera por razones de sangre o de ideas no podían participar de los favores mutuos, así hubieran tratos comerciales o de convivencias en las que todos se apersonaban de los problemas de grupo, y que por eso no tenía por qué ir a otro encuentro a esas tierras lejanas para conocer más adeptos, o para saborear esas costumbres que si bien podrían ser las de festejos de familias que recordaban a sus antepasados, ni esta los tenía en esas tierras y su participación aunque quisiera no lo podía hacer, sí quería tener a su hijo.

El compromiso que adquirió con los suyos tampoco se lo permitían, y por lo demás Numa le dio a entender que parte de lo que tenía, aunque no tuviera un pacto con Rogelio o con Carlos o con sus hermanos, lo obligaban a estar unido a ellos, ya que estaba disfrutando de la casa a donde ahora Serafín se encargaba de la atención de la librería que en alguna ocasión había soñado, pero que las imitaciones de pinturas famosas o de los falsas obras elaboradas a mano sobre piedra que se le endilgaron a la cultura agustiniana, le reportaban más ganancias en el trato con  los esmeralderos que regresaban desde Muzu luego de enhuecarse durante meses, y que eran negociadas ante los mejores postores que a diario merodeaban por el sector, a donde los cuadros que llegaban o las obras de arte hechas de piedra, servían para que Numa aumentara sus ingresos. Ni que decir de su verdadero interés en la cual estaba comprometido con Rogelio, que le advirtió de su obligación respecto de mantener informado sobre lo relacionado con los nuevos mercaderes que se fueran apareciendo en el centro de Bogotá, y que le pudieran representar alguna ganancia o competencia para la familia.

-No se le olvide, le dijo en alguna ocasión Rogelio, que quiero que Javier desocupe la casa ya sea mediante la venta de su posesión, o que sea desalojado tal y como lo hemos planeado.

Y Numa al contarle esta historia a Maritza, quería que entendiera que el solo hecho de obligarse en sus tratos con ellos, o como cuando le dijo que era una iniciada luego del viaje que hizo para conocer a Ambrosio, la comprometían con estos. No se trataba de religión ni de fe ni creencias en algunas de sus costumbres más cerradas, ya que se parecían a las de la masonería en donde solo los iniciados eran los que podían disfrutar de los conocimientos de sus maestros, y les daban el derecho de compartir costumbres e ideas sobre las realidades que los rodeaban en su propio beneficio, además de ser los gestores de cambios sociales de los cuales ahora estaban disfrutando, pero que precisamente en esos acuerdos subrepticios a veces se perdía la verdadera libertad cuando dentro de sus comportamientos estaban de por medio la ambición por el dinero y el poder para los que participaban, en menoscabo de las grandes mayorías.

- ¿Y por qué querer más? Si con el tiempo resultamos presos y esclavos de ellos, se lo dijo.

- ¿Y la casa, le pregunto Maritza, no hace parte de esos tratos en los que quiere que no participe?

Numa la abrazó. La quería libre, aunque sabía que era casi un imposible de que no siquiera participando en lo que juntos ya estaban comprometidos, pero que igual a esa independencia de la que se jactaba, sabía que estaba comprometido con estos. Era el compromiso suyo el que primaba, y no el de ella. Eso era lo que quería.

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