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Para algo la querían. Haría cualquier cosa porque sus hijas fueran las mejores. Organizando fiestas, haciendo tratos con políticos, conociendo comerciantes que como los nuevos amigos de Maritza suponía que algo tenían entre manos. El romance no consentido entre Numa y Maritza, le hacían suponer lo peor. ¿Acaso, cuándo el mundo ha sido mejor de lo que había creído? Publicar revistas y hacer que pudieran tener un eco en esa sociedad pacata donde las mujeres no podían expresar sus sentimientos, le ocasionaban mucho más que un trauma. Lograr la publicidad de los gremios de los zapateros, comerciantes, campesinos que a diario llegaban a ofrecer sus productos, y que se instalaron no solo en el parque de San Victorino, sino en la plaza de mercado de la carrera décima con once era todo un intrincado manejo de relaciones públicas, mientras lograba que en la notaría a donde trabajaba Marina, aquel notario le apostara a que su publicidad fuera considerara. Era toda una aventura. Soñaba con escribir una novela de amor donde su personaje rondara entre los ricos que venidos de otro país se disputaran a una princesa descendiente de los dioses chibchas con sus ojos rasgados, y que los hiciera cómplices de sus aventuras y desvaríos. Aunque así fuera, cada que podía iba entrelazando los capítulos uno a uno en los que su hija con esa testarudez de la que hacía gala menospreciaba a los novios de sus hermanas. Rosa la detestaba por el solo hecho de que en más de una ocasión le dañó un romance. Cuando tarareaba sus canciones predilectas entre risa y risa burlona, solía amedrentar a los que la seducían para ridiculizarlos tanto, que ni volvían o simplemente en cada una de las fiestas que hacía, preferían pasar desapercibidos. Sin embargo, su casa cada fin de semana era una de las más visitadas. Amalia que sabía esas picardías de su hermana prefería que sus novios no fueran vistos como tales, ya que los presentaba como unos amigos con los que quería disfrutar un rato entre esos bailes adonde Marleni con su voz sonora, o el encanto de Maritza que además de entonar esos viejos valses que tanto deleitaban a los contertulios, los terminaba entre una actuación que pareciendo pecaminosa insinuaba que era lo mejor que cualquier hombre podría esperar de una mujer que como diva a todos les gustaba. Y todos la querían para sí. Sin embargo su amor con Numa, que a veces tenía que esperar a que terminara sus conciertos, los disfrutaba cuando lo llamaba delante de todos los presentes, y entre un abrazo frugal con este, se despedía del tumulto, mientras entre risas abandonaba la estancia. Rosa no se lo perdonaba. Muchos pretendientes que fueron ridiculizados jamás volverían, pues tal vez se sintieron heridos dentro de su más íntima manera de ser. Amalia en cambio en un tono más sosegado le juró a su madre que de uno de ellos tendría que enamorarse, y ojalá que tuviera poder para acallar a la hermana que todo lo quería para sí. Le tenían odio a Numa Pompilio. Es más, estaban convencidas que en esos amoríos no había más que un negocio descarado, y que los advenedizos que llegaron de otras tierras, estaban manejando el comercio debido a que aprovechaban la necesidad que tenía la sociedad por los nuevos productos. Los pantalones íntimos con figuras de pepas multicolores, hechos de una franela calurosa que como el lino podían abrigar el frágil cuerpo de una mujer eran tan populares, que ya en todas las familias se sabía dónde se podían conseguir. Unos perfumes que llegaban desde Francia, allí eran distribuidos a los comerciantes que venían desde el interior, e incluso las hilanderías que progresaban por la calle 26 o en la carretera que iba hasta Funza, distribuía las telas  que con el tiempo se convirtieron en todo un negocio por parte de Rogelio que no desaprovechaba la oportunidad para que el comercio instalado en uno de los locales de Genaro, se convirtiera en uno de los más apetecidos por la clientela. Su proyecto era de amplio calado. Quería que sus hermanos se apersonaran de este negocio en el momento y en el sitio exacto. Con Genaro muerto tal y como se decía, ellos podrían adueñarse de una gran parte de los nuevos locales donde las tiendas y los graneros que antes fueron suyos, porque para eso estaba Eurípides que conocía gran parte del entramado comercial tanto de bienes raíces como de negocios establecidos en los últimos años por este. Podrían en un futuro ser parte de los proyectos que Rogelio tenía entre manos.

 

Marleni sospechó que en algo de su oficio estaba fijada la pretensión de Numa y su hija para hacer que conviviera con ellos por un buen tiempo en su finca entre esas montañas adonde Rigoberto no podía ir por su salud, o su fiel mayordomo que  por su edad tenía el anhelo de irse a donde estaba el antiguo novio de su hija en los llanos orientales, y en los que según decían las tormentas y el calor no impedían que los cultivos y el ganado hicieran millonario a más de uno.

 

Como partera sabía de esos abortos clandestinos adonde la mojigatería de una sociedad por impedir que una mujer no fuera vista como de las peores especies por el fruto de un amor que no le convenía, o porque simplemente en esas sociedades encumbradas no se les permitía que pudieran tener un hijo que no fuera bien visto por la clase social que las rodeaba. Conocía de encumbrados periodistas, de acaudalados militares y policías que en esos tiempos de crisis estaban amasando grandes fortunas con los bienes de otros que se fueron sin que nadie supiera de su paradero.  Es más, se había constituido una sociedad de abogados con la participación de algunos empleados de los bancos en la notaría donde Marina trabajaba, que incluso en el pasaje Ramírez donde estaba localizada, hacía parte de un conglomerado de tinterillos que queriendo conseguir fortunas, cautelosamente fueron regando la voz, mientras que Rogelio que era reservado sabía que allí se podía amasar una fortuna. ¿Si Valerio o Genaro habían amasado tantos bienes, por qué no él? Acababa de negociar un contrato con unos vendedores de vestidos de paño para hombre sobre un local de un centro comercial a donde durante años funcionaron los juzgados aduaneros, y que antes perteneció a unos árabes, a sabiendas que si no regresasen, quedarían sujetos al posible patrimonio del estado porque sobre estos bienes no se había constituido un administrador, sino tal y como se lo había dicho el mismo notario adonde Marina trabajaba, con los años pasarían ser otro bien patrimonial suyo. Y lo había arrendado a título de arrendatario, como dueño de aquel usufructo que perteneciendo a otro con los años podría reclamarlo como suyo en un juicio de pertenencia.

 

Fue así como Numa recordó en aquel pasaje de su historia personal, cómo casi pierde la vida tratando de salvar a Carlos. La Madonna que había preparado un gran concierto para recibirlo en su hospedaje le confesó que se sentía insegura porque habían llegado unos forasteros qué enruanados y con trajes no muy convincentes le desfiguraban todo lo conocido por ella hasta el momento, que ni siquiera los podía comparar con comerciantes o políticos, o con los que frecuentemente se acercaban a conocer las montañas que  dejaban ver la estelas blancuzcas  de sus picos desde Monserrate en Bogotá, y que por eso más de un turista se aventuraba para conocer ese mundo a pesar que todos sabían por la boca de los pocos periódicos de ese tiempo, de  esas cruentas guerras entre el gobierno y los opositores. Todavía los recuerdos históricos de la "Expedición botánica" liderada por el sabio Humboldt y Mutis ofrecían un extraño atractivo para que turistas y aventureros, o científicos llegasen frecuentemente a hacer sus investigaciones, o a disfrutar de esos paisajes que entre brumas también los podían llevar a calores abrazadores entre los ríos que como el Cauca o el de la Magdalena les deparaban otras aventuras intrépidas que iban desde los amores con indias, o la conquista de unas regiones selváticas que los deslumbraban con todo el colorido de aquellos paisajes que se homologaban  al edén del que nos habla la biblia.

 -Estos no se parecen a los que hemos conocido, le dijo.

 

Entre un abrazo y un beso de esta mujer, Numa comenzó a hilar todo lo sucedido en aquel episodio, y se le transfiguró como si hubiera sido un montaje para que además con los años terminara al servicio de aquella familia. Quería que su hijo se quedara cuidando el negocio de los libros en su casa, y atendiera a los clientes que ya tenía regados en San Victorino y por su edad, no se congratulaba por el regreso de Maritza a otro encuentro con Ambrosio en esa otra Semana Santa que se avecinaba, y mucho menos en ese instante. Si era iniciada o no, le importaba un bledo. Y sin embargo, las informaciones de Omar, los datos que Marina les traía, los obligaban a ser reservados.

 

Ni Maritza ni él podrían contar lo que pretendían hacer en la finca de Marleni porque de acuerdo con Omar y Rogelio nadie podía darse cuenta de lo que pretendían.

 

Ya esta última, en una ocasión se los había preguntado:

- ¿No me vayan a decir que no quieren un hijo? ¿No será que quieren un aborto?

 

Y luego, mirando a su hija se lo repitió:

- ¿Estás embarazada?

-No madre, se lo dijo. Se lo juro.

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- ¿Para qué la querían?