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"La soledad y la nostalgia bien podrían ser la compañía de los hombres en estos mundos aciagos". Así lo pensó Numa Pompilio. Irse con Maritza al reencuentro de aquellos paisanos llenos de mitos en sus tierras, muy bien podría valer la pena para los que iban en la búsqueda de esa celebración que anualmente atraía a muchos desde diferentes lugares del país. Se sentía viejo para esa nueva aventura que quería emprender Maritza con tal de conocerlos mejor. La amistad con María que se hizo entrañable le permitió comprender mejor sus imaginarios que estaban llenos de fe en una religión, mientras que sus oficios estaban orientados a la consecución de los bienes materiales mediante el trabajo arduo, y la confianza en que todos los que participaran les reportarían ganancias. Su amistad era de interés. ¿Quién no, en este mundo de ambiciones no resueltas? No había semana, en que cada que Maritza regresaba de su finca, en que juntos fueran donde ella a compartir y a departir sus almuerzos domingueros, después de la consabida misa que se celebraba en alguna de las iglesias cercanas. Se conocía mentalmente todos los pasos que tenían que dar para llegar a su casa; mientras Omar que por fin les dio las nuevas noticias luego de pasar un año sin tener informaciones suyas sobre los inmigrantes que estaban llegando, y que con Marina se convirtieron en los más asiduos tertuliantes con quienes podían hablar sobre el acontecer político y social que a diario se leía en los periódicos de aquel momento. Las fotos que revisaron en largas jornadas comenzaron a dar forma a otras historias de migraciones y de cambios de nacionalidades y de nombres de los personajes que pasaron por aquellos daguerrotipos que entre blancos y negros, les dejaban el sabor de la desesperanza ante sus nuevos destinos, a donde trataban de ocultar sus sufrimientos en tierras lejanas. Las informaciones de Omar les daban vida, y tras aquellas fotos de Clavijo pudo vislumbrar que una oleada de inmigrantes de diferentes nacionalidades estaba arribando muy probablemente con la complicidad de Genaro. Supuso entonces que bien podrían coincidir con las suposiciones de Maritza en un comienzo. Clavijo tal vez, era el más cercano a lo que Genaro estuvo haciendo, en esa solidaridad con la que estaba comprometido.  Lo de Numa se había cumplido. Rafael en su propósito de aislar a Javier y amedrentar hizo que Mardoqueo enamorara a Sofía. Estaba joven. No había más qué acercarse y pedir la música que a ella le gustaba. Rafael que aparentando no conocerlos, bajó al negocio en una de esas noches lluviosas con el cuento de que quería tomarse unos tragos. Por ser un fin de semana, estaba atestado por los que venían del barrio Egipto, las Cruces, y de otros más cercanos a ejercer sus oficios, en San Victorino, y a donde podían satisfacer sus esperanzas. Mardoqueo que llegó de Ibagué a reunirse con Rafael pretendía también hacerse pasar como un desconocido, mientras buscaba la manera de aproximarse a ella. Sofía que tenía como costumbre  no solo vigilar a Gertrudis, y protegerla de los posibles enamorados que le surgieran en aquel  negocio a una niña que no tenía los quince años, sino que además tenía que custodiar que su padre no fuera a ser engañado por alguno de los clientes que a diario pululaban, y quien también se daba el lujo de hospedar a los vividores como Mardoqueo, que tenían sus vicios y triquiñuelas para engañar a los incautos, que sabían empastelar las cartas, cargar los dados, y colocar alrededor de la plaza los garitos de juegos para que así los mercaderes y los ciudadanos del común cayeran en sus redes. Mujeres que también utilizaban yerbas para encandilar a sus acompañantes furtivos, y hombres que en sus negocios permitían que estas engañaran a los recién llegados qué enruanados por el frío se acercaban a estos sitios donde el licor y la música eran las fuentes de encuentros casuales en los que podrían salir mal librados. Rafael los conocía muy bien, pues su mundo era ventajoso donde sí podía en asocio con cualquiera que acabara de conocer, usarlo como carnada para algún negocio sucio, y que lo hacía sin contemplación alguna. Su imaginario era así. Conocía los quehaceres de los bajos fondos, y aunque no frecuentaba este tipo comercios citadinos mediante los suyos sabía de los artilugios sutiles del mercado de las mujeres que vendían su alma al diablo ante el primero que les calentara el oído. En esas lides era un experto. Rogelio en uno de sus viajes se contactó con este, y logró que se reunieran en el Quiroga, en una de las fincas que sus familiares tenían para concretar lo que tenía en mente. Omar propuso que fuera con algún amigo para entretener también a su hermana. Aunque Javier sabía manejar su establecimiento, y conocía de los personajes que estaban llegando a la ciudad, el no frecuentar otros  diferentes, suponía que todos los que llegaban al suyo eran de los mismos linajes adonde la honra de los campesinos de otras latitudes y de los viajeros que eran atendidos asiduamente sin preguntarles de dónde venían o para dónde iban, solo lo obligaban a comportarse en esa cuasi honradez en la que todos los clientes eran considerados de los mejores, así fueran unos ladinos. Estos, solo le interesaban en la medida que les dejara algún estipendio. Y además, con tanta gente que llegaba no había manera de protegerlos igual a como lo hizo de joven cuando terminó quedándose con la casa de las Molano. Mardoqueo lo sabía. Su mundo era parecido al de Rafael. Habían estado en muchas fiestas de plazas, y conocían las diferentes maneras de engatusar a cualquier fulano, a quien fácilmente esquilmaban. No eran tiempos para congraciarse por no tener nada en los bolsillos. Comprendía que había que trabajar como todos, pero que tenía que ayudarse con ese arte sutil que Omar les proponía porque era la manera que podrían abrirse camino en ese nuevo mercado que Rogelio pretendía instaurar. Además, la amistad con los Ortega les podría deparar muchas más cosas. Estar en el mercado de San Victorino, les abría la oportunidad de realizar sus sueños. No eran santos. Querían también aprovecharse de esos nuevos vientos que Rogelio y su familia le deparaban.

-Aunque no leamos, dijo Rafael, le va a ir mejor. Cuando llegue su hijo, va a tener la ayuda que necesita, y así estará más cerca cuando lo necesitemos.

-Por qué, le dijo Numa.

-Claro que así Ud. se podrá dedicar a su oficio, sin que nadie se dé cuenta. ¿Quién lo notará?

 

"Si, pensó Numa".

- ¿Cómo un Silencioso? Preguntó desprevenidamente.

 

Rafael, lo miró. Lo observó con cierta sorna. Pacientemente entendió la respuesta. En cierta medida se parecían.

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