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Rosa no concebía cómo pudo Maritza enamorarse de aquel hombre. Le parecía horrendo. Todavía no olvidaba las risas de aquellos paisanos cuando afirmó en medio de la multitud, que no veía dónde estaba el milagro. Lo que observaban en la ventana era una sombra que se movía desde adentro de aquel aposento que impresionó a la multitud aglomerada que creyó ver la figura del fraile muerto, y que correspondía a lo que los Gamboas decían, y que según Numa no eran más que los embustes de una familia para conseguir indulgencias a costa del franciscano.

Pudo sentir la rabia de los fieles que rezaban con sus escapularios en medio de sus manos los misterios de la encarnación de un alma en pena ante la vista de ellos. Todos lo miraron para que se callara y el padre pudiera seguir con las letanías. Oraban por su alma. No los conocía. Ella en cambio sabía de la devoción de estos por los misterios de la fe, de su felicidad con aquellos monjes de la Candelaria, y además porque se había educado bajo sus consejos. Era una ofensa a su devoción.

- ¿De qué podría estar enamorado? Lo decía cada vez que podía a su otra hermana, ya su mamá.

-Es que el pobre no ve nada, dijo María.

Estos se persignaron entre risas y muy callados, por lo que decía. Según los pocos que lo conocían había perdido un ojo en una de las guerras fratricidas en la que había participado. Sus cabellos largos y canosos eran el recuerdo de lo que fue de joven. Ya para esa época en su orificio adonde antes estuvo el globo ocular, no era más que una masa acuosa que brotaba lágrimas, y que debido a que nunca se puso un parche para impedir que los demás lo vieran, le colocaron el mote del "Librero". tuerto". Con esto argumentaron que no podía ver el milagro porque su limitación física se lo impedía. Muchos años después, cuando la guerra árabe-israelí de los seis días, el rostro de Moshé Dayán se hizo popular con su parche en el ojo izquierdo, hizo que hasta los que no les faltara nada se los pusieran como moda, y que lo motivó. a ponerse el suyo,

En medio de esas soledades pudo soportar las partidas por meses de Maritza. Leía los libros que le llamaban la atención en esas largas noches de espera soportando el frío, y tratando de asimilar lo que de joven no había hecho, para así orientar mejor a su clientela.

Rosa lo despreciaba. No es que no hubiera podido ver el milagro por su defecto físico, sino porque suponía que su origen era de la raza de los descendientes de los protestantes que también habían llegado a colonizar el nuevo mundo. Amalia no creía tanto en esas historias que contaba, esta. Le parecía más bien que se había acercado a ellas con algún pretexto, y conociendo de su interés en saber qué libros leían, con quiénes departían en las fiestas que hacían, y porque frecuentemente iba a donde ellas para acompañarlas en las reuniones, y además porque su madre hacía parte de una de las pocas escritoras que fomentaban la producción de revistas para los industriales y comerciantes que querían vender sus productos. No creía en su aventura con los libros. No le era difícil suponerlo.

Entre ellas, el amor con su hermana era más bien una contra prestación entre el sexo, y sus intimidades podrían ser parte de negocios oscuros que suponían. Ya María, que frecuentemente las alojaba cuando sus hermanos hacían alguna fiesta, y que en esas charlas femeninas compartían sus secretos, les había comentado parte de la historia que rodeaba a Numa Pompilio. Desde hacía mucho tiempo tenía tratos con sus hermanos, a los que no les interesaba nada sobre libros y menos sobre los sueños que podían despertar en los lectores; ya que solo tenían interés por las cosas materiales del comercio y de productos transables, en la que eran unos expertos al saber cuáles de todos podían venderse a un buen precio, y cuáles no. Su olfato para saber en qué momento podría subir el valor de alguno de ellos,

María que como buena emprendedora en los negocios de familia, les dijo en alguna ocasión que lo del ojo no era así. La costumbre que tenía de rezar todas las noches la hacía crédula, y así pudieron concluir que el amor entre ellos era una farsa. Conocían muy bien a su hermana.

Aquella familia de comerciantes no hablaba con cualquiera de las intimidades en sus reuniones familiares. Y si lo hacían era porque seguramente algún provecho tenían entre manos, y además porque desde que Maritza comenzó a intimar con Numa Pompilio fue cambiando hasta el punto de que ni Rosa ni Amalia la reconocían. Incluso esta última llegó a pensar que algún bebedizo le estaba dando.

-El mal de amor solo se da entre los que se aman, les respondió Marleni.

-La tiene embrujada, dijo Rosa.

Era cierto. La que animaba las fiestas y se divertía a más no poder con sus pretendientes y demás amistades de la familia, ya no lo era. En las primeras ocasiones en que se apareció con Numa trató de ser otra, aparentando más recato y menos histriónica de lo que era. La que reemplazaba a Marleni en el piano para animar las fiestas ya no quería hacerlo, y mucho menos cantar, pues no se quería despegar del vejete, tal y como le decía Rosa a sus espaldas.

Esta quería que sus hijas se consiguiesen pretendientes con futuro, mientras tanto Maritza se empezaba a continuar sus relaciones con Numa. En cambio, cuando ellas mismas fueron a compartir con María los almuerzos que festejaba los domingos con sus amistades y familiares, se alegraba más. Incluso Rigoberto que permanecía ensimismado en lo de la administración de sus bienes, cuando supo de esa relación entre un viejo y su hija, pegó el grito en el cielo. Ahí fue cuando Maritza se aprovechó de su ascendencia, y lo convenció tras compartir con ellos unos cuantos meses en la hacienda evitando todo ese rumor de muerte y desolación que afectó a todo un país con la muerte de Gaitán, de hacerse cargo de la administración de la hacienda por encima de sus hermanas y de su propia madre. Rigoberto aceptó,

Las fiestas que hacían ellas y las amistades que se reunían en nada se parecían a las de María porque allí solo se iba al convite de sus famosas frijoladas, después del rezo obligatorio, mientras se hablaba de religión y de negocios. En las suyas se hablaba de política y de otros temas donde ni siquiera cabida tenían los misterios de la fe adonde esas discusiones comenzaron desde aquel día que todos se juntaron alrededor del posible milagro del franciscano muerto.

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ranciscano muerto.